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DE CIERTOS SIGNOS POR LOS QUE EL HOMBRE PUEDE SABER SI DIOS LE LLAMA O NO A LA
CONTEMPLACIÓN
Querría dejar claro que no todo el que
lea este libro (u oyera su lectura) y lo encuentre interesante, está ya llamado
a la contemplación. La excitación interior que siente quizá no sea tanto la
atracción de la gracia como el despertar de una curiosidad natural. Te daré
algunos signos para ayudarte a examinar esta atracción y discernir su causa
verdadera.
En primer lugar, examínese el hombre a
sí mismo y vea si ha hecho todo lo que está en su poder para purificar su
conciencia de pecado deliberado según los preceptos de la santa Iglesia y el
consejo de su padre espiritual. Si está satisfecho de su labor, todo va bien.
Pero, para estar más seguro, examine si le atrae más la simple oración
contemplativa que cualquier otra devoción espiritual. Y entonces, si su
conciencia no le deja en paz en ninguna obra, tanto exterior como interior,
hasta que hace de este secreto y pequeño amor dirigido a la nube del no-saber su principal
preocupación, es señal de que Dios le llama a esta actividad. Pero si faltan
estos signos, te aseguro que no lo llama.
No digo que todos los llamados a la
contemplación vaya a sentir el impulso del amor de una forma continua y
permanente desde el principio, pues no es este el caso. De hecho, el joven
aprendiz de contemplativo puede dejar de experimentarlo completamente por
diversas razones. A veces Dios puede quitarlo con el fin de que no comience a
presumir de que es cosa suya, o que lo puede controlar a voluntad. Semejante
presunción es orgullo. Siempre que se retira la sensación de la gracia, la
causa es el orgullo. Pero no necesariamente porque uno haya cedido al orgullo,
sino porque si esta gracia no se retirara de cuando en cuando, el orgullo
echaría ciertamente raíces. Dios en su misericordia protege al contemplativo en
este camino, aunque algunos neófitos insensatos lleguen a pensar que se ha
convertido en su enemigo. No aciertan a ver cuán verdadera es su amistad. Otras
veces Dios puede retirar su don cuando el joven aprendiz avanza despreocupado y
comienza a considerarlo como algo natural. Si esto sucede, se verá muy
probablemente abrumado por amargas congojas y remordimientos. Pero
ocasionalmente nuestro Señor puede diferir su devolución, de manera que
habiendo sido perdido y encontrado de nuevo pueda ser más hondamente apreciado.
Uno de los signos más claros y ciertos
por los que una persona puede saber si ha sido llamada a esta actividad es la
actitud que detecta en sí cuando ha vuelto a encontrar el don perdido de la
gracia. Pues, si después de una larga demora e incapacidad para ejercer esta
actividad, siente que su deseo hacia ella se renueva con mayor pasión y un
anhelo más profundo de amor -tanto más si (como pienso a menudo) el dolor que
sintió por su pérdida le parece como nada al lado de su alegría por haberlo
encontrado de nuevo-, no tema equivocarse al creer que Dios le llama a la
contemplación, sin tener en cuenta la clase de persona que es ahora o ha sido
en el pasado. Dios no ve con sus ojos misericordiosos lo que eres ni lo que has
sido, sino lo que deseas ser. San Gregorio declara que "todos los santos
deseos se elevan en intensidad con la demora de su cumplimiento, y el deseo que
se desvanece con la demora nunca fue santo". Pues si un hombre experimenta
cada vez menos alegría cuando descubre nuevamente la súbita presencia de los
grandes deseos que había abrigado anteriormente, esto es señal de que su primer
deseo no era santo. Sintió posiblemente una tendencia natural hacia el bien,
pero esta no ha de confundirse con el deseo santo. San Agustín explica lo que
quiero decir con deseo santo, cuando afirma que "la vida entera de un buen
cristiano no es nada menos que un santo deseo".
Mi querido amigo, me despido de ti con
la bendición de Dios y la mía. Que Dios te dé a ti y a todos los que te aman la
paz verdadera, sabio consejo y su propia alegría interior en la plenitud de la
gracia. Amén.
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