domingo, 12 de abril de 2015

LA NUBE DEL NO-SABER.- 16.



16.- QUE UN PECADOR VERDADERAMENTE CONVERTIDO Y LLAMADO A LA CONTEMPLACIÓN LLEGA A LA PERFECCIÓN DEL MODO MÁS RÁPIDO A TRAVÉS DE LA CONTEMPLACIÓN; QUE ESTE ES EL CAMINO MÁS SEGURO PARA OBTENER DE DIOS EL PERDÓN DELPECADO

No importa que un hombre haya pecado mucho, ya que puede arrepentirse y enmendar su vida. Y si siente que la gracia de Dios le arrastra a la vida contemplativa (habiendo seguido fielmente la dirección de su padre y consejero espiritual), que nadie se atreva a llamarle presuntuoso por querer alcanzar a Dios en la oscuridad de esa nube del no-saber con el humilde deseo de su amor. ¿No dijo nuestro Señor a María (Lc 7,47), que representa a todos los pecadores arrepentidos llamados a la contemplación: "tus pecados te son perdonados"? ¿Piensas que dijo esto sólo porque ella se acordaba siempre de sus pecados pasados? ¿O por la humildad que sentía a la vista de su miseria? ¿O porque su dolor era grande? No, fue porque "amó mucho".
Graba bien esto. Pues en ello puedes ver lo poderoso que es con la ayuda de Dios ese secreto amor contemplativo. Es más poderoso, te lo aseguro, que cualquier otra cosa. Pero, al mismo tiempo. María estaba llena de remordimiento, lloró mucho sus pecados pasados y estaba profundamente humillada ante el pensamiento de su vileza. En el mismo sentido, nosotros que hemos sido tan miserables y habituales pecadores durante toda nuestra vida deberíamos lamentar nuestro pasado y ser totalmente humildes al recordar nuestro infeliz estado.
Pero, ¿cómo? Sin duda el camino de María es el mejor. Ciertamente nunca dejó de sentir un constante dolor por sus pecados y durante toda su vida los llevó como una gran carga secreta en su corazón. Sin embargo, la Escritura testifica que su más hondo dolor no fue tanto por sus malas obras como por su falta de amor. Sí, y por ello desfallecía con un ansia y tristeza transidas de dolor que le llevaban casi al trance de la muerte, pues aunque su amor era muy grande a ella le parecía muy pequeño. No has de sorprenderte por esto. Es el estilo de todos los verdaderos amantes. Cuanto más aman, más desean amar. En su corazón conocía con absoluta certeza que era el más miserable de todos los pecadores. Se daba cuenta de que sus malas obras le habían separado de Dios a quien tanto amaba y por eso mismo desfallecía ahora, enferma como estaba por su falta de amor. ¿Y qué hizo? ¿Piensas que entonces bajó desde las alturas de su gran deseo a lo hondo de su mala vida buceando en ese fétido cieno y en el lodazal de sus pecados, examinándolos uno a uno en sus más mínimos detalles a fin de medir su dolor y sus lágrimas más eficazmente? No, ciertamente. ¿Por qué? Porque Dios mismo, en las profundidades de su espíritu, le enseñó con su gracia la inutilidad de esta actitud. Con las solas lágrimas podría haberse despertado más pronto a nuevos pecados que a un perdón seguro de su pasado.
Por eso, dirigió apresuradamente su amor y deseo hacia esa nube del no-saber y aprendió a amarle, sin verle a la clara luz de la razón ni sentir su presencia en el goce sensible de la devoción. Tan absorta estaba en el amor que con frecuencia olvidaba si había sido pecadora o inocente. Sí, pienso que se enamoró tanto de la divinidad del Señor que apenas se daba cuenta de la belleza de su  presencia humana cuando estaba sentado junto a ella, hablando y enseñando. Por el relato evangélico se diría que llegó a olvidarse de todo, tanto de lo material como de lo espiritual.

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