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CÓMO Y POR QUÉ UNA BREVE ORACIÓN PENETRA LOS CIELOS
¿Por qué supones que esta breve oración
es tan poderosa como para penetrar los cielos? Sin duda, porque es la oración
de todo el ser del hombre. Un hombre que ora como este, ora con toda la altura
y profundidad, la largura y la anchura de su espíritu. Su oración es alta
porque ora con todas las fuerzas de su espíritu; es profunda, porque ha reunido
todo su pensamiento y comprensión en
esta palabrita; es larga, porque si este sentimiento pudiera durar estaría gritando
siempre como lo hace ahora; es ancha, porque su preocupación universal desea
para todos lo que desea para sí mismo.
Con esta oración la persona llega a
comprender con todos los santos la largura y la anchura, la altura y la
profundidad del Dios eterno, misericordioso, omnipotente y omnisciente, como
dice san Pablo. No totalmente, por supuesto, sino parcialmente, y de esa manera
oscura, característica del modo contemplativo. La largura habla de la eternidad
de Dios, la anchura de su amor, la altura de su poder y la hondura de su
sabiduría. No ha de extrañarnos, pues, que cuando la gracia transforma
de esta manera a una persona a imagen y semejanza de Dios, su creador, su
oración sea oída tan rápidamente. Y estoy seguro de que Dios oirá y ayudará
siempre a todo hombre que ore como este; sí, aun cuando sea pecador y, por así
decirlo, enemigo de Dios. Pero si su gracia le mueve a lanzar este angustiado
grito desde la profundidad y la altura, la largura y la anchura de su ser, Dios
le escuchará.
Déjame ilustrar lo que estoy diciendo
con otro ejemplo. Imagínate que en medio de la noche oyes gritar a tu peor
enemigo con todo su ser "¡Socorro!" o "¡Fuego!". Aun cuando
este hombre fuera tu enemigo, ¿no te moverías de compasión por la agonía de ese
grito y te lanzarías a ayudarle? Sí, por supuesto que lo harías. Y aunque
estuvieras en lo más crudo del invierno te apresurarías a apagar el fuego o a
calmar su angustia. ¡Dios mío! Si la gracia puede transformar de tal manera a
un hombre hasta el punto de poder olvidar el odio y tener tal compasión por su
enemigo, ¿qué no debemos esperar de Dios cuando oiga gritar a una persona desde
lo más alto y más bajo, desde lo largo y ancho de su ser? Pues Dios es por
naturaleza la plenitud de de cuanto somos nosotros por participación. La
misericordia de Dios pertenece a la esencia de su ser; por eso decimos que es
todo misericordia. Con toda seguridad, pues, podemos esperar confiadamente en
él.
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