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QUÉ SEA LA CARIDAD EN SÍ MISMA; Y CÓMO SE CONTIENE SUTIL Y PERFECTAMENTE EN EL
AMOR CONTEMPLATIVO
Hemos visto que la perfecta humildad es
una parte integral del puro y ciego amor del contemplativo. Siendo todo él
impulso hacia Dios, este simple amor golpea incesantemente sobre la oscura nube
del no-saber, dejando todo pensamiento discursivo bajo la nube del olvido. Y así como el amor contemplativo fomenta la
perfecta humildad, de la misma manera crea la bondad práctica, especialmente la
caridad. Pues en la caridad verdadera uno ama a Dios por sí mismo, por encima
de todo lo creado, y ama a su hermano el hombre porque esta es la ley de Dios.
En la obra contemplativa, Dios es amado por encima de toda criatura pura y
simplemente por él mismo. En realidad, el verdadero secreto de esta obra no es
otra cosa que un puro impulso hacia Dios por ser él quien es.
Lo llamo puro impulso porque es
totalmente desinteresado. En esta obra el perfecto artesano no busca el medro
personal o verse exento de sufrimiento. Desea sólo a Dios y al él solo. Está
tan fascinado por el Dios que ama y tan preocupado porque se haga su voluntad
en la tierra, que ni se da cuenta ni se preocupa de su propia comodidad o
ansiedad. Y esto porque, a mi juicio, en esta obra Dios es realmente amado
perfectamente y por ser él quien es. Pues un verdadero contemplativo no debe
compartir con ninguna otra creatura el amor que debe a Dios.
En la contemplación, además, también se
cumple totalmente el segundo mandamiento de la caridad. Los frutos de la
contemplación son testigo de esto aun cuando durante el tiempo real el
contemplativo avezado no dirija su mirada a ninguna persona en particular, sea
hermano o extraño, amigo o enemigo. En realidad, ningún hombre le es extraño,
porque considera a cada uno como hermano. Y nadie es su enemigo. Todos son sus
amigos. Incluso aquellos que le hieren o le ofenden en la vida diaria son tan
queridos para él como sus mejores amigos y todos los buenos deseos hacia sus
mejores amigos se los desea a ellos.
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