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CÓMO SE HA DE DISPONER LA PERSONA A FIN DE DESTRUIR LA CONCIENCIA ELEMENTAL DE
CONCENTRACIÓN DE SU PROPIO SER
Me preguntas ahora cómo podrás destruir
este elemental conocimiento y sentimiento de tu propio ser. Quizá tú llegues a
comprender por fin que, si destruyes esto, cualquier otro obstáculo quedará
destruido. Si has llegado a entender esto, ya es mucho. Pero para responderte
he de explicar que sin una gracia especial de Dios, libremente otorgada, y sin
la perfecta correspondencia a esta gracia por tu parte, no puedes nunca esperar
la destrucción de ese elemental conocimiento y sentimiento de tu ser. La
perfecta correspondencia a esta gracia consiste en un fuerte y profundo dolor o
tristeza interior.
Pero es de suma importancia modelar este
dolor. Has de ser cauto para no forzar nunca de forma irreverente tu cuerpo o
tu espíritu. Siéntete relajado y tranquilo pero sumergido en el dolor. El dolor
del que hablo es genuino y perfecto, y bendito el hombre que lo experimente.
Todo hombre tiene muchos motivos de tristeza, pero sólo entiende la razón
universal y profunda de la tristeza el que experimenta "que es" (existe). Todo otro motivo palidece ante este.
Sólo siente auténtica tristeza y dolor quien se da cuenta no sólo de "lo que es" sino de "que es". Quien no ha sentido
esto debería llorar, pues nunca ha experimentado la verdadera tristeza. Esta
tristeza purifica al hombre del pecado y del castigo del pecado. Aun más,
prepara su corazón a recibir aquella alegría por medio de la cual trascenderá
finalmente el saber y el sentir de su ser.
Cuando esta tristeza es auténtica, está
henchida del anhelo reverente de la salvación de Dios, pues de otra manera
ningún hombre podría aguantarla. Si el hombre no estuviera un tanto alentado
por el consuelo de la oración contemplativa, quedaría completamente aplastado
por el conocimiento y sentimiento de su ser. Pues cuántas veces quiere llegar a
un conocimiento y sentimiento verdaderos de Dios en pureza de su espíritu
(hasta el punto que es posible en esta vida) y siente luego que no puede -pues
se da cuenta constantemente de que su conocer y su sentir están como ocupados y
llenos de una fétida y pestilente mancha de sí mismo, que siempre ha de
odiarse, despreciarse y desecharse, si se quiere ser perfecto discípulo de Dios
y enseñado por él solo en el monte de la perfección-, casi se desespera por la
tristeza que siente, llorando, gimiendo, retorciéndose, imprecando y
reprochándose a sí mismo. Siente, en una palabra, el peso de sí mismo de una
manera tan trágica que ya no se cuida de sí mismo con tal de poder amar a Dios.
Y, sin embargo, en todo esto, no desea
dejar de existir, pues esto es locura del diablo y blasfemia contra Dios. De
hecho, se alegra de existir y desde lo hondo de su corazón rebosante de
agradecimiento da gracias a Dios por el don y el bien de su existencia. Al
mismo tiempo, sin embargo, desea incesantemente verse libre del conocimiento y
sentimiento de su ser.
Más pronto o más tarde todos han de
darse cuenta en alguna medida tanto de esta tristeza como de este anhelo de
libertad. Dios, en su sabiduría, enseñará a sus amigos espirituales, según la
fuerza física y moral de cada uno, a soportar esta verdad, de acuerdo con el
progreso y la apertura a su gracia de cada uno. Él los instruirá poco a poco
hasta que sean completamente uno en la plenitud de su amor; esa plenitud
posible en la tierra con su gracia.
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