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QUE LA CONTEMPLACIÓN AGRACIA AL HOMBRE CON SABIDURÍA Y EQUILIBRIO Y LE HACE
ATRACTIVO EN CUERPO Y ESPÍRITU
A medida que la persona madura en la
obra de la contemplación, descubrirá que este amor gobierna su comportamiento
de una manera conveniente tanto interna como externamente. Cuando la gracia
atrae a un hombre a la contemplación, perece transfigurarlo incluso físicamente
de tal forma que, aunque sea contrahecho por naturaleza, aparece cambiado y
agradable a la mirada. Toda su personalidad se vuelve tan atractiva, que las
buenas personas se honran y se deleitan estando en su compañía, fortalecidas
por el sentido de Dios que irradia de ellos.
Haz, pues, lo que está de tu parte y
coopera con la gracia para conseguir este gran don, pues te enseñará cómo el
hombre que lo posee se sabe gobernar a sí mismo y todo lo que le atañe. Será
capaz incluso de discernir el carácter y temperamento de otros cuando sea
necesario. Sabrá cómo acomodarse a cualquiera (para asombro de todos), incluso
a los pecadores empedernidos, sin pecar él. La gracia de Dios actuará por él,
arrastrando a otros a desear ese mismo amor contemplativo que el Espíritu Santo
despierta en él. Su comportamiento y conversación serán ricos en sabiduría
espiritual, fuego y frutos de amor, pues hablará con una seguridad llena de
calma y desprovista de falsedad y del fingido servilismo de los hipócritas.
Hay quienes canalizan todas sus energías
físicas y espirituales para aprender a apoyar y rodear su inseguridad con
serviles sollozos y afectada piedad. Están más preocupados por aparecer
santos ante los hombres que por serlo ante Dios y ante sus ángeles.
Tales personas se encuentran más confusas y avergonzadas por un falso gesto o
por una falta de etiqueta en sociedad que por mil vanos pensamientos y feas
inclinaciones al pecado, intencionadamente estimulados o jugando perezosamente
con ellos, en la presencia de Dios y de sus ángeles. ¡Ah, Señor Dios! Una gran
dosis de humilde afectación denota ciertamente un corazón orgulloso. Es cierto
que una persona verdaderamente humilde ha de conducirse con modestia en
palabras y gestos, reflejando la disposición de su corazón. Pero no puedo
soportar una voz humilde afectada, contraria a la sencillez natural de
carácter. Si estamos diciendo la verdad, usemos un sencillo y sincero tono de
voz que esté acorde con la propia personalidad. Una persona que, por
naturaleza, tiene una voz franca y alta y que de modo habitual musita en un
cuchicheo a media voz -excepto, naturalmente, si está enfermo o habla en
privado a su confesor o en secreto a Dios- es ciertamente un hipócrita. Poco
importa que sea novicio o que tenga una gran experiencia; es un hipócrita.
¿Qué más puedo decir sobre estos engaños
traicioneros? Realmente, si el hombre no tiene la gracia de deshacerse de estos
plañideros hipócritas, corre peligro. Pues entre el secreto orgullo de su
corazón y la hipocresía de su conducta, el pobre desgraciado puede caer pronto
en un terrible fracaso.
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