12.-
QUE EN LA CONTEMPLACIÓN QUEDA DESTRUIDO EL PECADO Y SE FOMENTA TODA CLASE DE
BIEN
Así, pues, para mantenerte firme y
evitar las trampas, mantente en la senda en que estás. Deja que tu incesante
deseo golpee en la nube del no-saber
que se interpone entre ti y tu Dios. Penetra esa nube con el agudo dardo de tu
amor, rechaza el pensamiento de todo lo que sea inferior a Dios y no dejes esta
obra por nada. La misma obra contemplativa del amor llegará a curarte de todas
las raíces del pecado. Ayuna cuanto quieras, mantente en vigilia hasta bien entrada la noche, levántate antes
de la aurora, disciplina tu cuerpo y, si te es permitido -que no lo es-, sácate
los ojos, arráncate la lengua, tapa tus oídos y nariz y prescinde de tus
miembros; sí, castiga tu cuerpo con toda clase de disciplina y seguirás sin
conseguir nada. El deseo y la tendencia hacia el pecado permanecerían en tu
corazón.
Todavía más, si lloraras en perpetuo
llanto tus pecados y la Pasión de Cristo y ponderaras incesantemente los goces
del cielo, ¿crees que te haría algún bien? Mucho bien, no me cabe la menor
duda. Estoy seguro de que aprovecharías y crecerías en la gracia, pero en
comparación con el ciego impulso del amor, todo esto es muy poco. Pues la obra
contemplativa del amor es la mejor parte y pertenece a María. Es totalmente
completa en sí misma, mientras que todas las demás disciplinas y ejercicios son
de poco valor sin ella.
La obra del amor no sólo cura las raíces
del pecado, sino que fomenta la bondad práctica. Cuando es auténtica verás que
eres sensible a toda necesidad y que respondes con una generosidad desprovista
de toda intención egoísta. Todo lo que trates de hacer sin este amor será
ciertamente imperfecto, pues es seguro que se echará a perder por ulteriores
motivos.
La bondad auténtica se manifiesta de una
manera habitual de obrar bien y de responder adecuadamente en cada situación,
según se presenta; está movida siempre por el deseo de agradar a Dios. Sólo él
es la fuente pura de todo bien, y si alguna persona se ve motivada por algo
distinto de Dios, aun cuando Dios sea el primero, entonces su virtud es
imperfecta. Esto es evidente en el caso de dos virtudes en particular, la
humildad y el amor fraterno. Quien adquiere estos hábitos y actitudes no
necesita otros, pues en ellos poseerá todos los demás.
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