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DE LOS DIVERSOS AMANERAMIENTOS INADECUADOS EN QUE CAEN LOS
PSEUDO-CONTEMPLATIVOS
El comportamiento espiritual y físico de
los que se entregan a cualquier tipo de pseudo-contemplación se presta a
aparecer muy excéntrico, mientras que los amigos de Dios siempre se conducen
con sencillez y naturalidad. Cualquiera que conozca a estos ilusos en la
oración podría ver cosas verdaderamente extrañas. Si sus ojos están abiertos,
pueden llegar a mirar fijamente como los de un perturbado mental, o estar
desorbitados de horror como quien ve al diablo, y bien podría ser porque no
está lejos. A veces sus ojos miran como los de una oveja herida próxima a la
muerte. Unos inclinan la cabeza hacia un lado, como si llevaran un gusano en
las orejas. Otros, cual espíritus, emiten sonidos estridentes y plañideros que
suponen sustituyen al habla. Normalmente son hipócritas. Otros, finalmente,
gimen y sollozan en su deseo y ansia de ser escuchados. Están a un paso de los
herejes y de aquellas personas astutas y engañosas que arguyen contra la
verdad.
Cualquiera que los observe podría
advertir sin duda muchos otros amaneramientos grotescos e inadecuados, aunque
algunos son tan inteligentes que logran mantener en público una actitud
respetable. Si se los observara cuando están desprevenidos, creo que su
vergüenza sería evidente, y todo aquel que con audacia se atreviera a
contradecirlos sería objeto de su ira. Creen, sin embargo, que todo lo que
hacen lo hacen por Dios y en servicio a la verdad. Pero estoy convencido de que
si Dios no interviene con un milagro para que renuncien a su engañosa locura,
su "estilo de amar a Dios" los conducirá derechos a las garras del
diablo rematadamente locos. No digo que todo el que esté bajo la influencia del
diablo se vea afligido con todos estos achaques, aunque no lo considero
imposible. Pero todos sus discípulos se hallan corrompidos por alguno de ellos
o por otros semejantes, como explicaré ahora, si Dios quiere.
Hay algunos cargados con toda suerte de
excentricidades y amaneramientos refinados, que cuando escuchan, adoptan una
forma recatada de retorcer la cabeza hacia arriba y hacia un lado, quedando
boquiabiertos. ¡Diríase que tratan de escuchar con la boca en lugar de hacerlo
con los oídos! Algunos, cuando hablan, apuntan con los dedos hacia sus propias
manos o al pecho o hacia aquellos que están sermoneando. Otros no pueden estar
sentados, ni de pie, ni acostados sin mover los pies o gesticular con las
manos. Algunos reman con los brazos como si trataran de atravesar a nado una
gran extensión de agua. Otros, finalmente, están siempre haciendo muecas o
riéndose sin motivo a cada momento como chicos atolondrados o payasos absurdos
sin educación. Cuánto mejor es una postura modesta, un porte tranquilo y
compuesto, un candor alegre.
Con esto no pretendo dar a entender que
estos amaneramientos sean un gran pecado en sí mismos o que todos aquellos que
los emplean sean necesariamente grandes pecadores. Pero es mi opinión que si
estas afectaciones dominan a una persona hasta el punto de tenerla esclavizada,
son prueba de orgullo, de sofistería, exhibicionismo y curiosidad. Por lo
menos, demuestran el corazón veleidoso y la inquieta imaginación de una persona
que carece tristemente de un espíritu
verdaderamente contemplativo. Si hablo de ellos es únicamente con el fin
de que el contemplativo pueda preservar la autenticidad de su propia actividad
evitándolos.
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