8.-
UNA BUENA EXPOSICIÓN DE CIERTAS DUDAS QUE PUEDEN SUSCITARSE RESPECTO A LA
CONTEMPLACIÓN; QUE LA CURIOSIDAD DEL HOMBRE, SU SABER Y SU NATURAL INTELIGENCIA
HAN DE ABANDONARSE EN ESTE TRABAJO; DE LA DISTINCIÓN ENTRE LOS GRADOS Y LAS
PARTES DE LA VIDA ACTIVA Y CONTEMPLATIVA
C.-
Las actividades del grado inferior de la vida activa dejan gran parte del
potencial humano natural del hombre sin explotar. En esta etapa vive, como si
dijéramos, fuera de sí mismo o por debajo de sí mismo. A medida que avanza
hacia el grado superior de la vida activa (que se funde con el grado inferior
de la vida contemplativa) se va haciendo más interior, viviendo más desde las
profundidades de sí mismo y haciéndose más verdaderamente humano. Pero en el
grado superior de la vida contemplativa se trasciende a sí mismo porque
consigue por la gracia lo que por naturaleza está por encima de él. Pues ahora
se encuentra unido a Dios espiritualmente en una comunión de amor y de deseo.
La experiencia enseña que es necesario dejar a un lado por un tiempo las obras
del grado inferior de la vida activa, a fin de adentrarse en al grado superior
de la vida activa, que, como dijimos, se funde en el grado inferior de la vida
contemplativa. Y así como es error que una persona que se sienta a meditar
piense en las cosas que ha hecho o que hará sin mirar si son buenas y dignas en
sí mismas, de la misma manera no está bien que una persona que debiera estar
ocupada en la obra de la contemplación en la oscuridad de la nube del no-saber
deje que las ideas sobre Dios, sus dones maravillosos, su bondad o sus obras le
distraigan de la atención a Dios mismo. Es esta una cuestión distinta del hecho
de que se trata de pensamientos buenos que reportan confort y gozo. ¡No tienen
lugar aquí!
Por ello te apremio a que deseches todo
pensamiento sabio o sutil por santo o valioso que sea. Cúbrelo con la espesa nube del olvido porque en esta vida sólo
el amor puede alcanzar a Dios, tal cual es en sí mismo, nunca el conocimiento.
Mientras vivimos en estos cuerpos mortales, la agudeza de nuestro entendimiento
permanece embotada por limitaciones materiales siempre que trata con las
realidades espirituales y más especialmente con Dios. Nuestro razonamiento,
pues, no es jamás puro pensamiento, y sin la asistencia de la misericordia
divina nos llevaría muy pronto al error.
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