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DE LA MANERA QUE TIENE EL HOMBRE DE CONOCER CUÁNDO SUS PENSAMIENTOS SON
PECAMINOSOS; DE LA DIFERENCIA ENTRE PECADOS MORTALES Y VENIALES
Otra cosa son los pensamientos sobre los
hombres mortales y sobre las cosas materiales o mundanas. Es posible que
aparezcan en tu mente sin tu consentimiento pensamientos relativos a estas
cosas. No hay pecado en ello, pues no es culpa tuya que todo esto sucede como
resultado del pecado original. Aunque quedaste limpio del pecado original en el
bautismo, sigues cargado con sus consecuencias. Por lo mismo estás obligado a
rechazar estos pensamientos inmediatamente, pues tu naturaleza es débil. Si no
lo haces, te puedes ver arrastrado a amar u odiar según las reacciones que
susciten. Si es un pensamiento agradable o te recuerda algún placer pasado,
podrías sorprenderte consintiendo al goce del mismo; y si se trata de un
pensamiento desagradable o te trae a la memoria algún recuerdo doloroso,
podrías ceder a un sentimiento de rencor. Un sentimiento tal puede llegar a
convertirse en pecado grave en el caso de una persona que vive alejada de Dios
y que ha hecho una elección fundamental en contra del bien. Pero en el caso
tuyo como de cualquier otra persona que sinceramente ha renunciado a las
ataduras mundanas, sólo sería un pecado leve. Al haber elegido tu modo de vida
actual, hiciste una opción radical por Dios, y esto queda en pie, aunque tengas
algún fallo pasajero. No hay un consentimiento pleno y por esto, para ti, sería
un pecado más leve. A pesar de todo esto, si permites que tus pensamientos,
faltos de control, lleguen al punto en que consciente y voluntariamente tú te
instalas en ellos, con pleno consentimiento, caerías en un pecado grave. Pues
es siempre pecado grave, si con plena conciencia y asentimiento te mantienes pensando
en alguna persona o cosa que incitan tu corazón a uno de los siete pecados
capitales.
Si le das vuelta a alguna injusticia
pasada o presente, pronto te torturarán deseos de venganza e ira; y la "ira"
es pecado. Si engendras desprecio profundo por otra persona y una especie de
odio lleno de rencor y de juicios prematuros, has sucumbido a la "envidia".
Si cedes a la comodidad y la desgana de hacer el bien, esto se llama "pereza".
Si el pensamiento que te viene (o suscitas) está cargado de engreimiento y te
hace presumir de tu honor, inteligencia, los dones recibidos de la gracia, de
tu estado social o tu belleza, y si voluntariamente te regocijas en ello, estás
cayendo en el pecado de "orgullo". Si se trata de
un pensamiento referido a cosas materiales, es decir, bienestar, posesiones u
otros bienes terrenales que la gente se afana en conseguir y llamar suyos, y si
te mantienes en este pensamiento suscitando del deseo, esto es la "codicia".
Si sucumbes al deseo desordenado de comidas y bebidas refinadas o en cualquier
otro de los goces del gusto, el pecado se llama "gula". Y,
finalmente, el deseo ilícito del goce
carnal o de las caricias y los halagos de otros, esto se llama lujuria.
Si tus errantes pensamientos evocan
cualquier placer, pasado presente, y si te detienes en él, dejándole que eche
raíces en tu corazón y que alimente tu deseo carnal, corres el peligro de verte
vencido por el deleite de la pasión. Entonces pensarás que estás en posesión de
todo lo que pudieras desear y que este placer puede satisfacerte a la
perfección.
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