domingo, 12 de abril de 2015

LA NUBE DEL NO-SABER.- 10.



10.- DE LA MANERA QUE TIENE EL HOMBRE DE CONOCER CUÁNDO SUS PENSAMIENTOS SON PECAMINOSOS; DE LA DIFERENCIA ENTRE PECADOS MORTALES Y VENIALES

Otra cosa son los pensamientos sobre los hombres mortales y sobre las cosas materiales o mundanas. Es posible que aparezcan en tu mente sin tu consentimiento pensamientos relativos a estas cosas. No hay pecado en ello, pues no es culpa tuya que todo esto sucede como resultado del pecado original. Aunque quedaste limpio del pecado original en el bautismo, sigues cargado con sus consecuencias. Por lo mismo estás obligado a rechazar estos pensamientos inmediatamente, pues tu naturaleza es débil. Si no lo haces, te puedes ver arrastrado a amar u odiar según las reacciones que susciten. Si es un pensamiento agradable o te recuerda algún placer pasado, podrías sorprenderte consintiendo al goce del mismo; y si se trata de un pensamiento desagradable o te trae a la memoria algún recuerdo doloroso, podrías ceder a un sentimiento de rencor. Un sentimiento tal puede llegar a convertirse en pecado grave en el caso de una persona que vive alejada de Dios y que ha hecho una elección fundamental en contra del bien. Pero en el caso tuyo como de cualquier otra persona que sinceramente ha renunciado a las ataduras mundanas, sólo sería un pecado leve. Al haber elegido tu modo de vida actual, hiciste una opción radical por Dios, y esto queda en pie, aunque tengas algún fallo pasajero. No hay un consentimiento pleno y por esto, para ti, sería un pecado más leve. A pesar de todo esto, si permites que tus pensamientos, faltos de control, lleguen al punto en que consciente y voluntariamente tú te instalas en ellos, con pleno consentimiento, caerías en un pecado grave. Pues es siempre pecado grave, si con plena conciencia y asentimiento te mantienes pensando en alguna persona o cosa que incitan tu corazón a uno de los siete pecados capitales.
Si le das vuelta a alguna injusticia pasada o presente, pronto te torturarán deseos de venganza e ira; y la "ira" es pecado. Si engendras desprecio profundo por otra persona y una especie de odio lleno de rencor y de juicios prematuros, has sucumbido a la "envidia". Si cedes a la comodidad y la desgana de hacer el bien, esto se llama "pereza". Si el pensamiento que te viene (o suscitas) está cargado de engreimiento y te hace presumir de tu honor, inteligencia, los dones recibidos de la gracia, de tu estado social o tu belleza, y si voluntariamente te regocijas en ello, estás cayendo en el pecado de "orgullo". Si se trata de un pensamiento referido a cosas materiales, es decir, bienestar, posesiones u otros bienes terrenales que la gente se afana en conseguir y llamar suyos, y si te mantienes en este pensamiento suscitando del deseo, esto es la "codicia". Si sucumbes al deseo desordenado de comidas y bebidas refinadas o en cualquier otro de los goces del gusto, el pecado se llama "gula". Y, finalmente, el deseo ilícito del  goce carnal o de las caricias y los halagos de otros, esto se llama lujuria.
Si tus errantes pensamientos evocan cualquier placer, pasado presente, y si te detienes en él, dejándole que eche raíces en tu corazón y que alimente tu deseo carnal, corres el peligro de verte vencido por el deleite de la pasión. Entonces pensarás que estás en posesión de todo lo que pudieras desear y que este placer puede satisfacerte a la perfección.

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